Pronto surge la necesidad de inventar algún medio para darle valor a las mercancías y servicios disponibles, que fuera aceptado por todos como forma de pago. Los primeros experimentos fueron con ganado, luego con pieles, sal, aceite de oliva, especias, cerveza, vino, semillas de cacao, maíz, trigo, arroz, conchas y piedras preciosas, hasta llegar a los metales.
 

Ahí nos dimos cuenta de que el metal era el elemento que más se ajustaba a la necesidad del intercambio: era portátil, divisible, fácil de identificar y pesar, resistía el paso entre varias manos sin deteriorarse y además, tenía un valor propio por su escasez.
 

En primera instancia el metal fue utilizado en formas rústicas y poco trabajadas, pero más adelante se implementó en forma de monedas, las cuales fueron hechas con bronce, hierro, oro y la plata, en diferentes tamaños y pesos, con el fin de usarlos en muchos tipos de transacciones, con distintas denominaciones.

Sin embargo, pronto el metal como medio transaccional empezó a experimentar inconvenientes: la plata se recubría de una película gris con el tiempo, el oro era escaso y pesado y llevar las monedas era un verdadero riesgo, pues los ladrones acechaban en los caminos.
 

Rápidamente y tras la necesidad de crear un nuevo sistema de intercambio, estas circunstancias llevaron a reemplazar las monedas por otro elemento que fuera portable y no implicara peligro al llevarlo consigo, así llegamos al papel moneda, que hoy llamamos billetes, y los cuales en un principio “valían” su precio en oro.

Diariamente, nos enfrentamos a muchos instrumentos de crédito y consumo, con los que nos sentimos inclinados a comprar bienes y servicios.

Pero no siempre las inversiones que hacemos son una decisión acertada y en algunas ocasiones podría llevarnos a endeudarnos.

Por consiguiente, es importante prevenir este tipo de situaciones realizando ahorros o inversiones, siempre y cuando estas últimas no sean superior a lo que ganamos, llevándonos a pagar una tarjeta de crédito con otra o adquirir préstamos sin saber exactamente cuánto vamos a pagar por ellos.
 

Una buena forma de aprender a incentivar tu ahorro y a evitar malas prácticas financieras es asesorarte con profesionales expertos en finanzas que te capaciten en la administración de tus recursos y riqueza.